Lina

Mi mamá arranca el carro, alejándome cada vez más de la casa de mi abuela. Mientras estoy sentada del lado del copiloto, mi mamá lee en voz alta la lista de los panes que comprará.

Reviso Messenger y le envío un mensaje de afirmación a la maestra Lina Zepeda. Ella me da la materia de Literatura ll. El día de ayer acordamos en platicar a las 3 p.m. Reviso mi celular. Faltan treinta minutos para la hora. Espero a que los minutos restantes pasen. Llegamos a la panadería y mi mamá, mirándome fijamente a los ojos, me dice:

— No tardo, no le abras a nadie.
—Sí, mami, tendré la video llamada ahorita, será rápida.

Me dice:
—Está bien, suerte.

La frase termina de una dulce manera. Mi mamá se aleja del auto, lo cierra con seguro. Hace fila afuera de la panadería, con sana distancia. Veo el celular de nuevo. La maestra Lina me avisa que está lista para la videollamada. Presiono el botón de la cámara e inicia la videollamada. Ambas estamos felices de reencontrarnos. Maestra y alumna viéndose después de tantos meses sin ir a la escuela. La voz de mi maestra me transmite tanta alegría. Después del saludo le digo: —Qué bueno encontrarla muy bien, maestra.

Me responde con alegría y serenidad:
—Igual, Fernanda, me alegra verte muy bien.
Le preguntó por qué donó una beca al taller de escritura de Relatos del Puerto. La maestra Lina, con entusiasmo en sus palabras, me explica, que, al ser maestra, promueve con mucho gusto la lectura y la escritura. Pero al estar en una escuela, con horarios apretados, tal como es el COBACH, la misma institución reduce la cantidad de temas de las materias. Es difícil que un alumno pueda tener una experiencia, como es estar en algún taller, y no solo por la escuela, también está la parte económica. Por eso, al encontrar una herramienta o manera de otorgar una ayuda a alguien, con gusto lo hace. En especial para los que quieren seguir en el camino de la escritura.
Le pregunto si ella tiene alguna experiencia directa con el taller:
—Sí, tomé el taller de la segunda generación. Lo recomiendo a mis amistades y a mis alumnos por la manera en que te enseñan a escribir. Es un taller que me sirvió muchísimo.
Continúo diciéndole:
—¿Se le hace importante el taller? ¿Por qué?
—Sí, es importante porque hay espacios donde pueden interactuar las personas con el mismo gusto, donde hay talento.
—Bien, ahora la ultima pregunta: ¿está satisfecha con lo que hizo por el taller?
—Sí, creo que es padre contribuir con la comunidad, y te deja una satisfacción personal, el ver motivada y alegre a mi alumna.
Creí que terminaría la entrevista, pero ocurre algo imprevisto para mí. La maestra Lina Zepeda me pregunta:
—¿Cómo te has sentido? ¿Qué te ha parecido el taller?
— Muy feliz, la verdad, a pesar de que sea virtual, es increíble conocer a personas que tienen ideas maravillosas para las crónicas. El maestro nos ha ayudado a emprender nuestra crónica: las lectura que nos envía, ejemplos muy padres para aprender mejor, incluso entendí mejor las características de la crónica, cómo el cronista, además de contar un hecho verídico, le da un toque personal para diferenciarlo de una nota informativa. Y la verdad, estoy muy agradecida con usted, maestra.
Mi maestra con una cara de satisfacción al oír mi respuesta dice:
—No hay de qué, me siento satisfecha con haberte podido ayudar con una beca.

Terminamos de hablar. Ambas colgamos. Mi mamá ya estaba adentro del auto. Durante el camino a casa, aprendí algo nuevo. El amor de una maestra hacia su materia es indiscutible. Me llevo una gran sorpresa al ver que los docentes no sólo hacen su trabajo por obligación. Buscan remover algo en los alumnos, darles otro propósito. Este es un claro ejemplo de una maestra preocupada por sus alumnos. Los buenos maestros tratan de brindar a un alumno algo que esté más allá de las aulas.

Crónica por: Dayanna Aguilar. Alumna del 3er taller de escritura de relatos.

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