Una foto familiar
Cinthya baila moviendo las pinzas que usa para sacar los waffles del tostador. Le pregunta a casi todos los clientes si quieren uno. Trabaja en la Barra D’café desde hace cuatro años.
Sin saber bien qué es, pido un cold brew. Cinthya me pregunta si quiero el vaso de ocho onzas o el de dieciséis. Tiene cabello corto y una argolla en la nariz. Patricio —un chico alto, de cabello rizado y ojos azul alberca— me dice que son cincuenta pesos. Abre y cierra la caja registradora a cada rato, como si quisiera asegurarse que el dinero sigue ahí. Atrás de él está Osiel. Parece alguien de una revista, tiene un arete que me recuerda a George Michael y un tatuaje rojo que dice Nerv le brilla en el brazo. Se mueve de una maquina a otra como si estuviera en una competencia de quien hace el café más rápido. Los tres traen puesta ropa negra.
—¿Francisco Arredondo? —me pregunta Cinthya. —Es él, mira — me dice, mientras señala hacia un hombre de lentes con armazón grueso, chamarra y camiseta negra.
Francisco y Lidia decidieron abrir el café hace casi seis años, aunque en un principio lo único de lo que estaban convencidos era de abrir un negocio, faltaba decidir de lo que sería. Hicieron una lluvia de ideas, pasando de la venta de cerveza y vino hasta llegar al café de especialidad.
El café de especialidad significa seguir los estándares de la SCA (Speciality Coffee Association). Existen métodos de extracción, medidas de preparación y medidas de café establecidas —nada de café chico, mediano o grande.
A Francisco y a Lidia les interesa el contacto directo con el productor y el producto mexicanos. Con proveedores en Nayarit y Oaxaca, Francisco se encarga de tostar el grano de café. La máquina de tostar está ahí mismo, junto a la barra.
Arturo —un chico alto, con pantalones rojos arremangados y converse blancos— dibuja la cara de Chris, un personaje de la película Get out, frente a la barra. Dice que por la pandemia no pudo usar sus colores prisma en la universidad y que más valía aprovecharlos
Hay un medidor de humedad, una foto que parece familiar y dos alebrijes en en el fondo de la barra. —Somos nosotros en la posada —me dice Cinthya y acerca la foto Polaroid para que la pueda ver de cerca. Reconozco a Francisco y a Lidia en la foto, están sentados y abrazados. Detrás, de pie, están Cinthya y sus compañeros. —Ella es Jessica y Silvia, descansan los domingos —.
Un chico que recién entra, saluda haciendo una seña de V con los dedos mientras hace un ligero chiflido con la boca. Trae un llavero de Homero Simpson colgado en la bolsa del pantalón. Pide lo mismo de siempre y yo me quedo con la duda sobre qué es eso de siempre.
Mi cold brew —que después supe que es una extracción de café en frío— de ocho onzas está por acabarse. Le pongo la tapa y me voy.
Crónica por: Lidia Palacios. Alumna del 3er taller de escritura de relatos.